(Xinhua) — Este año se celebra el medio centenario del histórico viaje secreto de Henry Kissinger a Beijing. Tras medio siglo de desarrollo, las relaciones entre China y Estados Unidos están, en la actualidad, en una nueva y crucial encrucijada.
En los últimos cuatro años, la Administración estadounidense cuyo mandato acaba de concluir libró una guerra comercial contra China, acosó de forma deliberada a las empresas del país asiático y espoleó la confrontación ideológica con Beijing. Como resultado, una de las relaciones bilaterales más importantes del mundo está ahora en el punto más bajo desde su última normalización.
Con la nueva Administración, inaugurada el mes pasado, los legisladores en Washington deberían trabajar junto con sus pares en Beijing para reconducir la relación al camino correcto y devolverle la razón de cara al futuro.
«Es tarea, tanto de China como de Estados Unidos, devolver la relación a una senda de desarrollo predecible y constructiva, así como forjar un modelo de interacción entre dos grandes países centrado en la coexistencia pacífica y la cooperación en beneficio mutuo», dijo el martes el alto diplomático chino Yang Jiechi en una conversación en línea con miembros de la junta del Comité Nacional de Relaciones entre Estados Unidos y China.
Desde la detención de la propagación del nuevo coronavirus hasta la reanimación de la economía mundial, desde la respuesta al cambio climático hasta la protección de la seguridad digital, las dos partes deben y pueden, como sugirió Yang, volver a aunar esfuerzos y trabajar con el resto del mundo.
Ambas partes deben gestionar de forma adecuada sus diferencias. Entre estas, hay que destacar el respeto a los intereses esenciales y las preocupaciones principales del otro, así como a sus opciones en cuanto a sistemas políticos y caminos de desarrollo.
Como ha declarado Beijing en varias ocasiones, China nunca se ha entrometido en los asuntos internos de Estados Unidos, nunca ha exportado su modelo de desarrollo ni buscado el enfrentamiento ideológico, ni tampoco tiene la intención de desafiar ni reemplazar a EE. UU.
Del mismo modo, la parte estadounidense debe evitar traspasar la línea roja de China en los asuntos de Taiwan, Hong Kong, Tíbet y Xinjiang, temas todos ellos que conciernen a los intereses fundamentales de China, su dignidad nacional y los sentimientos de sus 1.400 millones de habitantes.
Por último, pero no por ello menos importante, las dos partes deben ensanchar la cooperación mutuamente beneficiosa pues hay más áreas y más amplias en las que pueden y tiene que cooperar, como son, entre otras, la lucha antipandémica, la recuperación económica mundial, el cambio climático y la seguridad digital.
Como comentó en su libro «China» Kissinger, uno de los «rompehielos» clave en la diplomacia entre China y EE. UU., cuando las dos partes restauraron hace décadas las relaciones, la contribución más importante de los líderes del momento fue «su voluntad de mirar más allá de los problemas inmediatos del día».
Para la nueva Administración estadounidense, compartir esta idea y reconducir los lazos entre China y EE. UU. a la senda correcta responde al interés no solo de ambas partes, sino del mundo en su conjunto. Washington debería tener el valor y la sabiduría de tomar la decisión correcta.
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