Negocio o principios, el dilema de la UE con China

Publicado en: Español el 05/07/2021

(Sputnik) — La Unión Europea es capaz de amenazar y sancionar a algunos de sus miembros por la supuesta violación de «los valores de los 27», pero se cuidará mucho de aplicar el mismo criterio en sus relaciones con China, de la que depende en buena parte su economía.

La espectacular celebración del primer centenario del Partido Comunista Chino ocupa los principales titulares de los medios de comunicación occidentales, cuyos dirigentes observan con indisimulada admiración y cierto temor la transformación de un país que hace décadas veían solo como un enorme mercado sin pretensiones de convertirse en una potencia internacional.
La Unión Europea, y por separado cada uno sus países miembros, se dejaron llevar por ese enorme mercado/fábrica que les permitía producir a bajo coste, sin la «molestia» de los sindicatos y, en un principio, desatendiendo estándares de calidad. Para ello, debían aceptar condiciones que en un inicio no consideraban comprometedoras para el futuro.
El desarrollo económico espectacular de China aumentó en paralelo a sus ambiciones estratégicas y su poderío como inversor internacional en cualquier rincón del mundo. Hoy, lleva camino de sobrepasar a Estados Unidos como primera potencia económica mundial y se ha convertido en el enemigo geoestratégico número uno de Washington, en un «desafío sistémico» para la OTAN y en un socio y rival complicado para la Unión Europea.

Apertura a China, desindustrialización en Europa

Muchos en el Viejo Continente señalan la ceguera político-económica con Pekín para explicar el hundimiento de sus clases medias y bajas, la desindustrialización de sus territorios y la irreversibilidad de sus decisiones estratégicas.
Eso que algunos tachan de ingenuidad ante China se frenó en parte en 2016, cuando algunos gobiernos europeos empezaron a bloquear la venta de sus joyas industriales y tecnológicas a su poderoso socio asiático.
Paralelamente a su relación con la UE, China plantaba las bases de su «nueva ruta de la seda». Que puertos como el griego de el Pireo o compañías eléctricas como la EDP portuguesa, por ejemplo, aceptaran pasar a manos chinas; que 11 países comunitarios integraran el grupo 16+1 con China; que Italia abofeteara —en ese momento— esa pretendida defensa de intereses comunes adhiriéndose por su parte al plan Cinturón y Ruta son ejemplos del esfuerzo descomunal que la UE debía hacer para pasar de la «ingenuidad» al poder que le conferiría la unidad política y comercial.
Es difícil plantar cara a Pekín cuando, al tiempo, la pareja franco-alemana respiraba tras vender 300 aviones Airbus a quien pretende llamar al orden. Aprovechar la crisis de Boeing para colocar 300 aeronaves a China es, de todos modos, más fácil que hacer cumplir a los 27 la necesidad de proteger su red 5G de las pretensiones Huawei, como hizo Donald Trump. El expresidente norteamericano intentó empujar a Europa en su cruzada político-comercial frente a Pekín.
La UE respiró cuando Joe Biden accedió a la Casa Blanca, pero el nuevo presidente norteamericano exige ahora a sus socios europeos participar en la nueva guerra fría EEUU-China.

París y Berlín resisten a Biden

La gira europea de Biden, que incluía su participación en el G7 y en la «cumbre» de la OTAN, obligaba a los países comunitarios a definir su posición frente a Pekín. París tiene claro que no va a poner en riesgo su industria de lujo en China; Berlín, por su parte, tampoco va a jugarse el mercado chino para su industria automovilística.
La denuncia de la violación de derechos humanos de los uigures de Xinjian y de los ciudadanos de Hong Kong ya le costó a la UE un batacazo diplomático y la anulación de un nuevo Acuerdo Global de Inversiones con Pekín, tras las sanciones aplicadas a responsables chinos y la fulgurante respuesta de su socio asiático.
Hablar de política exterior común en la UE es ya un tópico doloroso para Bruselas, pero en relación a China hay que volver a constatar la diferencia de puntos de vista en el seno de la organización. Así, la principal «oveja negra» designada dentro de la Unión, Hungría, no solo ha bloqueado decisiones comunitarias sobre el respeto a las libertades en China, sino que ha sido el primer país europeo en utilizar la vacuna china Sinopharm (sin el acuerdo de la Agencia de Sanidad Europea) y se prepara para acoger una filial en Budapest de la Universidad china de Shanghái, Fudan.

Imagen negativa de China en la UE

Es en el terreno de la opinión pública europea donde China tiene más dificultades para imponer su relato. El «poder blando» de Pekín se topa con una imagen negativa que alcanza a un 80% de los suecos, a un 79% de alemanes, al 67% de los franceses, o al 61% de los españoles. Solo en Grecia se manifiesta una ligera mayoría de quienes tienen una buena imagen de China.
Estos resultados, obtenidos en una encuesta realizada por el Pew Research Center en 17 países durante 2021 está, evidentemente, influenciada por la pandemia del COVID-19. Los europeos achacan a Pekín desigual respuesta sobre el origen del virus y, al mismo tiempo, reprochan a sus propios gobiernos y a la UE la desigual respuesta en comparación con la aplicada por las autoridades chinas.
Con el verano por delante y a la espera de elecciones en Alemania y Francia, las relaciones chino-comunitarias se mantendrán sin sobresaltos a corto plazo. Eso sí, si los gobiernos se mantienen alejados de la ofensiva pro-derechos humanos que las organizaciones no gubernamentales europeas no están dispuestas a detener.
«Los derechos humanos no son negociables», afirma la presidente de la UE, la alemana Ursula Von der Leyen. Quizá pueda aplicar esa condición con Hungría. Con China, la realpolitik se inclinará sin duda hacia la preocupación por balanza comercial.


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